Extraño

Son casi las cinco de la mañana y he dejado de intentar dormir. Creo que es una mala idea comerse una lata entera de salmón en aceite para la cena. Con arroz. Del falso. Ok, ahora entiendo de dónde puede venir todo esto. Y ese mosquito, ese mugre sonidito insistente que no deja de sobrevolarme como si yo fuera su estación de carga. Un momento ¡lo soy! Y para no frustrarme tratando inútilmente de escapar a la consciencia, he caído en la siempre amable ruta del debraye.

En ella aparecen demasiadas imágenes recientes, porque he de decir que este fue un fin de semana bastante variopinto, surreal incluso.

El viernes, por ejemplo, mientras estaba cuidando el Departamento de los Gatos, llegó mi amigo Benjamín de visita. Ya nos disponíamos a pasar una tranquila noche de tequila corriente y pláticas cuando me llama Anais, y me cuenta que había dejado plantada a su amiga Melissa en la estación del norte, y que ya la imaginaba sola, aterrada, confundida en este lugar nuevo para ella. Corte a:
Benjamín y Sheba en el trolebús, continuando la plática y pasándose un termito con tequila "para el camino".

No la encontramos aterrada, pero la encontramos al fin, y después de topar a un borracho que nos invitó a una fiesta, decidimos llevarla a casa, donde los dos franceses me mostraron la contraparte francófona de Jose Alfredo Jiménez y de Lola Beltrán (que incluso tiene una canción que se llama "El águila negra") y se emocionaron a la vez cuando les dije que en algún punto de la casa había Ricard. Ya cuando estaba a medio dormir, noté que de los 3 gatos en el catálogo doméstico, había una que llevaba horas sin aparecer. La busqué un ratillo, pero pronto asumí que estaría dormida por ahí y me fui, ya por instrumentos (frase de papá), a la cama.

Pero claro, pasé la noche soñando con el misterio del gato desaparecido y cuando despierto ¡Zaz! que falta otro más. La ventana abierta, el recuerdo borroso de la noche, la paranoia trágica que me habita, todo me llevó a imaginar los peores escenarios y subir y bajar al menos unas tres veces las escaleras del edificio, preguntando por Umi a Vecino hipster y a Portera fatalista, que resultó estar peor que yo con su "Uy muchacha, se me hace que se fue a la azotea y de seguro ya se lo llevaron, igual si quieres ve a ver, pero no creo".

Pánico e hiperventilación en modo intenso, revolví el departamento buscando una manchita blanca-gris y una manchita negra con carácter, cuando Benjamín me dijo que había visto a la mancha negra salir de detrás de una cama. Ok, reducimos el pánico a la mitad, y con eso y la esperanza de que al sentir la paz del departamento la famosa Umi volviera a la luz, me fui a clase.

Varias horas después vuelvo y nada. Vecino fotógrafo me presta las llaves de la azotea y yo me trepo a cuanto muro se deja, me asomo por todas las bardas, planeo todas las rutas, todo sin señal de gato. Bajo, angustiándome por adelantado por lo que le diré a su madre, que justo ahora se casa, y de repente, la veo.

Umi, en el alféizar, detrás del vidrio cerrado, mirando serenamente el horizonte...bueno, las ventanas de enfrente. ¿Saben cómo es cuando mueres de pánico en el Kilauea de Six Flags, esperando a que el juego te dispare hacia el cielo, luego a que te precipite hacia la tierra, y al final sientes la ingravidez? Pues eso.

Toda esa tarde estuve bajo el efecto de una droga llamada pierdegato (que solo funciona cuando lo encuentras, claro): tanto fue su impacto, que no me fijé en el frío ni el cielo nublado, y salí con mi hermana a recorrer el centro así como estaba. De la experiencia de ese día puedo informarles que sandalias y pescadores claros NO son buena idea para una tarde de lluvia y charcos, pero sí hacen que te sientas como Merlín recién teletransportado de las Bahamas (quien no entienda la referencia por favor, déjeme invitarle una sesión de clásicos de Disney).

Por la noche fueron los lingüistas a la casa y supongo que les calenté la cabeza con las advertencias repetidas de "¡no dejen escapar a los gatos!", pero ellos se vengaron de la manera más elegante. ¡Ay, cuánta razón tenían aquellos que desaconsejaban jugar Scrabble con lingüistas!

El domingo comenzó temprano, con el repicar de las campanas de una iglesia de ahí juntito (que Carmen insiste, es electrónico) y Boru (el gato que jamás se fue) saltando sobre el ojo de Avril. Para mi buena suerte, estaba rodeada de adictos al café, así que todos acordamos ir por nuestra dosis a la calle de López (la nueva favorita en el siempre intenso centro) antes de buscar, sin mucho esfuerzo, el mercado de San Juan. Si para las tres sibaritas que íbamos llegar ahí fue como un milagro dominical, no les cuento lo que se veía en la cara del buen Benjamín. Quesos, muchos, distintos, olorosos, enormes. Salchichones, piernas, ibéricos, chamorros. Pan de centeno, pan de pueblo, alcachofas enormes y unas flores de calabaza que uno no sabe si hacer en sopa o poner en la sala. Aquello era tan bonito, y además tan lleno de tapitas gratis (de las que tienen pan, queso y cositas, no de las que Ben usa para emborrachar mexicanos), que entramos en una especie de euforia sensitiva bastante cajeta, y básicamente nos dedicamos a seguir al Güero en su reencuentro con los sabores familiares. Imagino que será como si estuviera uno en Rusia y le saliera al paso una señora con tlacoyos, Boing y jícamas con chile.

Algunos quesos, tapioca y carne de avestruz después, estábamos Usha y yo despidiendo al Güero en el trolebús. Se nos iba como el francés del estereotipo, con su baguette bajo el brazo, y no fue sino hasta que volvimos al depa que me di cuenta de que lo que no llevaba era algo bastante más banal: sus llaves. Al llamarle para advertirle, me contesta otra voz, diciendo que es número equivocado. Entra de nuevo la paranoia pierdegato, que se ve aumentada cuando llamo una, dos y tres veces más y me manda a buzón, y Usha marca desde su número y le contesta otra voz, diciéndole que no es casualidad este contacto, que él es un siervo del señor y que tiene un mensaje para ella, nada más y nada menos que de parte de Cristo.

Usha, en su estilo habitual, le dice que chido, que le salude a Cristo, pero que primero le diga dónde dejó a nuestro amigo y porqué está contestando su teléfono. Cruzan dos frases más y cuelgan, dejándonos con un malviaje aún más surreal: en el camino a la central, Ben fue secuestrado por una secta cristiana, y lo están llevando a algún rancho de adoración, con todo y baguette-emblema.

Unos minutos después, llega el mensaje de Ben, diciendo que no tenía crédito y acaba de llegar a su casa. Corte a:
Usha y Sheba yendo a comer pozole, preguntándose si habrá algún empleado de Telcel al que le guste intervenir las líneas cuando no tienen crédito, y transmitir así su mensaje religioso a los incautos.

Oigan, era eso o asumir que Cristo le había pasado un mensaje a mi hermana y ella lo había tirado de a loco y tildado de roba-celulares.

El fin del domingo, y de este fin tan intenso, incluyó un viaje en taxi con cobro extra por el uso de cajuela, una narración de una bonita salida de clóset y la loquísima película del Imaginarium del Dr. Parnassus. Eso y dormir como tronco unas doce horas seguidas, cosa que, en este momento en el que raya el día, extraño bastante.

2 comentarios:

Char dijo...

Fines de semana surrealista-defeños, ya me hace falta uno de esos.

Con muchas ganas de compartir el "pierdegato" contigo, besos.

Anónimo dijo...

ay que bonito escribe usté