la furia

La capacidad de indignarse ante las injusticias ajenas es una cosa que existe dentro de todos nosotros; es lo que nos hace tener ese vuelco de angustia cuando se oye una y otra vez en el televisor sobre golpes de estado, desastres naturales, declaraciones bélicas idiotas y demás gajes de la vida en la tierra. La angustia, sin embargo, se transforma rápidamente en algo más intenso cuando la bala cae algo más cerca de casa, como cuando ahora los sudcalifornianos nos enteramos que quieren hacer una mina de oro en plena Sierra de la Laguna, único bastión boscoso de la región, o cada vez que un nuevo campo de golf es construido en pleno semidesierto. El evento que salió a la luz en las pasadas semanas es una de esas balas, que vino a levantar una polvareda enorme y también, qué se le va a hacer,una división curiosa entre indignados y defensores acérrimos -en ocurrencia- de la libertad de expresión.

Cosa extraña, la libertad de expresión. Resulta que es un arma que podemos blandir cuando hemos dicho algo ofensivo porque, después de todo es nuestro derecho ¿no? Tristemente para los homofóbicos y felizmente para todos los demás, así no va la cosa. El derecho a la libertad de expresión encuentra su límite en la prohibición de violentar los derechos de lo otros, y habría que parar toda defensa al tarado de Esteban Arce diciendo que bueno, órale, que se exprese si así es su deseo, pero no precisamente en un espacio dedicado a una entrevista (que se entiende, por otra parte, como el acto de hacer preguntas a alguna persona cuya opinión nos interesa saber) y mucho menos interrumpiendo constantemente a la entrevistada, acusándola a su vez de estar exponiendo sólo sus ideas, personales y subjetivas.

Segundo matiz de la libertad de expresión: si eres periodista, a veces tienes que tragarte tus opiniones y preferencias personales, en virtud de una cosa muy bonita que se llama imparcialidad. Pongámoslo así: el muchacho, en vez de conducir un programa matutino de tres pesos, es comentarista deportivo, y le toca entrevistar al DT de un equipo que le acaba de ganar a la selección nacional en alguna de esas copas importantes que juegan. Dramaticemos la cosa, el partido se ganó en circunstancias no muy claras y Arce está, en tanto que mexicano y partidario de su equipo, sumamente molesto. ¿Significa eso que se va a poner a insultar al entrevistado? ¿Sería defendible si lo interrumpiera intentando hacer que admita que el partido fue un robo? Si tal cosa pasara, lo más probable es que el país del ofendido armaría la de Dios es Cristo (qué bonito color de frase) y el periodista en cuestión terminaría disculpándose por su falta de profesionalismo y por haber tomado partidos de una forma tan desastrosa.

Aclaremos, cada quién puede irle a lo que quiera en su vida y en su entorno, y no argumentar si así no lo desea, en defensa de sus preferencias. Pero cuando hablamos de estar frente a cámaras, micrófono y el poder de los medios masivos de comunicación, precauciones y barreras tienen que ponerse de por medio. No es lo mismo que uno vaya y hable en un espacio de (¡taraaan!) opinión en una columna televisiva, radiofónica o periodística, a que se le ocurra armar la diátriba en medio de una entrevista en la que se supone que el reflector debe estar del otro lado.

También, vamos a ver, está la cuestión de la violencia, que ningún comunicador en su sano juicio debe ejercer en contra del entrevistado, el auditorio o cualquier grupo poblacional entre cuyas filas se cuentan de seguro varios de sus televidentes. No veo porqué tengamos que defender la libertad de expresión de un tipo que decidió abusar de tan chido derecho universal para negarnos a un buen 10% de la población (a ojo de buen cubero) el derecho a pertenecer al mundo natural -y a considerar nuestras relaciones tan sanas o tan anormales como las de cualquier hetero y asociados pueden llegar a ser- y menos aún si lo ha hecho de una forma tan violenta y poco razonada.

Y si quisieran seguir el pleito, entonces podemos sacar argumentos acerca de cómo la naturaleza misma provee ejemplos de homosexualidad, o de la teoría de que ésta es en ocasiones una estrategia de la dinámica de poblaciones para, irónicamente, disminuir la cantidad de individuos en grupos sobrepoblados y al borde del colapso. Bueno, sí, un gran número de homosexuales quieren tener hijos, y varias parejas ya los tienen, propios o adoptados pero, siendo realistas: con todo el esfuerzo que requiere adoptar y/o concebir un hijo en esas condiciones, ¿ustedes creen que esos padres se están tomando el asunto a la ligera? Yo por mi parte tengo fe en que si ya decidiste ir contra la corriente y tener descendencia, es porque es una labor que te vas a tomar en serio, además de que jamás tendrás la cantidad conejil de hijos que precisamente llevaron a nuestro planeta al borde del agotamiento, cortesía de tanta pareja mocha y descuidada de generaciones anteriores.

Nosotros, LGBTI, la gente "rara" (queer me parece a veces más acertado que gay), hemos estado aquí desde siempre, y si no vaya usted a los libros de historia (o a wikipedia), y si se ven más ahora por todos lados es porque el espacio se ha ganado gracias a activistas indignados, muchos de los cuales siguen aún en movimiento para terminar de cimentar dos garantías que, me parece, son básicas para la comunidad: visibilidad y (curiosamente) normalidad.

La primera se refiere al derecho a que se sepa que existimos, que esto no es una plaga bíblica reciente sino una realidad que por mucho tiempo decidió disimularse, ignorarse o reprimirse. Somos familiares, amistades, empleados, jefes y, porqué no, periodistas y presentadores de noticias en horario estelar, y no se necesita tener una pluma gigantesca, como la apariencia masculina-pelo-corto-manejo-moto para las mujeres, o el comportamiento de damisela, para los hombres, por ejemplo; para que se nos reconozca como tales. No, no todos los hombres gay son como los personajes de "Los exitosos Pérez", ni todas las mujeres lesbianas somos como las chicas de The L Word (que tampoco estaría tan mal, guiño, guiño), ni tampoco todos los bisexuales son promiscuos-confundidos-temporales y etcétera etcétera. Pero, ya que estamos en eso, el hecho de que personajes así vayan apareciendo en la pantalla y en las consciencias de las personas es una especie de paso adelante, pues empezamos por hacerles reconocer que existimos, tal y como era el propósito de la marcha gay en sus inicios (la plumas y los hombres semidesnudos siendo una estrategia fiestosa opcional).

La normalidad, por otra parte, es la capacidad de ir por la vida sin tener que dar explicaciones. Por ejemplo, si le preguntan a una tipa "oye, ¿tienes novio?" y a ella se le ocurre decir "novia", la normalidad, cuando la alcancemos, garantizará que la tipa en cuestión no recibirá más cuestionamientos que los que le hubieran hecho de haber respondido "sí, se llama Pancho". Normalidad es poder llevar al novio a pasar navidad con los papás, es que la gente se habitúe a llamarte con tu nuevo nombre si eres trans, es ser parte de la sociedad sin estar teniendo que justificarse todo el rato o explicándole al morboso en turno que no, no lo quieres invitar a la reunión con tu novia porque lo que pasa en el porno no es la vida real. Es una utopía, pues, pero bastante alcanzable, como lo demuestran muchos países en los que, por cierto, Arce ya tendría sendas demandotas en su bolsillo.

Como muestra, un link que no sé como poner:
http://www.youtube.com/watch?v=YLth7vsuKBc

El chico dice: ¿puedes hacer que nos dejen entrar?

Todo esto viene a colación porque en días anteriores me dió una indignada marca diablo no sólo con la gente que defiende a ultranza la "libertad de expresión", sino con el hecho de que hasta un antiguo amigo (un ex-novio, para acabarla) resultó ser partidario de esas cosas. El desencuentro llevó a preguntarse ¿Es justo que uno discrimine a los otros con base en sus discriminaciones? La respuesta, después de estos días, es un sí definitivo. Ellos pueden elegir no frecuentar a gente porque es negra, judía, homosexual, comunista o todas las anteriores. Una puede decidir, entonces, alejarse de personas que, apoyando a alguien que ejerció violencia (contra la entrevistada, contra la homosexualidad y contra la palabra misma de Naturaleza) y muestra el más horrendo cinismo ante su falta, la ofenden y lastiman a una. ¿Qué no?


1 comentarios:

Unknown dijo...

Y bueno, para echarle más al fuego, ¿ya viste-leíste-escuchaste las declaraciones de Rivera? frente al discurso de dicho representante eclesiástico lo del Arce es una bobada...

Saludos pequeñuela