Antes del café

En una nueva entrada a la sección cosas-que-a-todos-les-habían-pasado-menos-a-mi-porque-vivía-en-una-burbuja, tenemos la serie de eventos ocurrida la mañana de este domingo, todos antes de prepararme siquiera para su impacto con una dosis de cafeína.

Después de un despertar de lo más decente y de una primera hora llena de los altibajos que han poblado este verano, me trepaba yo al camión rumbo a Tlane, pensando en qué cosa más fuerte es esto de las relaciones sentimentales: búsqueda o renuncia, monogamia o poligamia, infidelidad y sus agregados.... Todos una masa tan impactante de sentimientos y reacciones instintivas que no se me ocurre otro término más que la muy sonora palabra Vorágine. Ahora que lo pienso, casi podría asegurar que la segunda parte de ella viene de la raíz griega gynos: mujer.

Veinte minutos después, un asunto más profano aún me sacó de mi nube de cuestionamientos. Dos tipos con cara amenazante se habían subido al camión y uno de ellos le gritaba algo al conductor -después el relato de una señora me permitió saber que le había dicho algo así como "el pedo no es contigo". La vocecita interior me dijo algo como "bueno, ya nos tocaba" y la voz de Dan y sus enseñanzas urbanas me hizo quitarme los audífonos y medio esconderlos, en lo que hacía el repaso mental de lo que traía en la mochila y los tipos -feedback de la señora: uno de ellos con cara de chango- pasaban con ademán amenazante pidiendo...pues lo que se pide en estos casos, supongo, aunque sin hacer mucho uso de violencia o amenazas.

Saqué mi cartera y le dí al tipo que me tocó (creo que era el cara de chango) mi único billete. Luego me pidió mi celular, y lo saqué del bolsillo lamentando más la incomunicación inminente que a la sor Juana que ya me habían bajado. Pero oh, sorpresa de este mundo de alta tecnología, el tipo chango vio mi celular y lo rechazó con un ademán de desdén que me hizo sonreír a pesar de la situación. Ya de salida, el otro tipo me volvió a pedir mi celular, y sólo le dije que ya lo había mostrado, con lo que se bajaron así, tan frescos, sin que nadie en el bus dijera nada.

Ya me empezaba a sentir como verdadera primeriza con mi rush de adrenalina cuando el bus se detuvo en una de las paradas de camiones en Insurgentes y nos bajó a todos, dándonos un boletito para pasar a otra unidad. En el camino oí a una chica que cargaba un bebé decirle a su compañero que aún le temblaban las piernas (bueno, ella dijo las patas pero ya se sabe mi aversión a ese término) y al subir, caché pedazos del relato que hacía una doña igualmente espantada al nuevo conductor.

Iba ya preguntándome porqué putas nos ponemos a obedecer a dos changos así, sin armas ni amenazas de por medio, cuando zaz! se suben otros dos tipos a este nuevo camión.
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No, no, ni que fuera culebrón de Las Consagradas del cine nacional. Estos dos tipos iban pintados de payaso y se pusieron a hacer una rutina que terminó siendo bastante graciosa. A los refugiados del asalto pendejo en Periférico Norte número panchomilquinientos nos alegró el rato, todo con excepción de la última parte, en la que a uno le pareció buen detalle pedir cooperación y, si querían, carteras, relojes, celulares, jijiji. Una de las doñas del otro camión sólo lo vió con sonrisa de "aaaay, si supiera", pero igual le cooperó. Ya esperando su bajada, el payaso 1 le dijo al payaso 2 algo sobre la tele del camión, lo que le recordó que ya había visto la tele que quería: de plasma, bien chida, 32 varos. Sï, estaba bien cara, pero él la quería y se la iba a comprar, aunque fuera en abonos.

No entiendo, de veras que no. Todo esto es demasiado surreal-ilustrativo-triste-tragicómico que aún entonces no supe ni qué hacer con la experiencia. Mi primer asalto en transporte público (me pregunto si hay tarjetas de hallmark para eso) fue bastante leve, supongo que corrí con suerte, pues en las innumerables historias de batalla que surgieron hoy al contar la anécdota en casa había navajazos, llaves militares y un primo regresando de tepito sin tenis ni calcetines. Desde ahora, claro está, fortalezco mi defensa de los celulares primitivos y germino en mi interior la pregunta que ya es de todos, sobre los males de esta ciudadsota, que no se ven reales hasta que no le tocan a uno, por mas light que sea su presentación.

¿El café? Pues a las doce del día, después de caminar demasiadas cuadras por la parte industrial semi-desierta de Tlanepantla y joderme un poco más la rodilla por la prisa de llegar a tiempo a casa. Fue instantáneo, descafeinado y con mucha mucha leche. Malo no era.

2 comentarios:

Vurris dijo...

O wow... what you say??

Que bueno que estás bien y no hubo armas blancas ni de ningún color, ni nada por el estilo.

Lo que no deja de sorpenderme es que verdaderamente esa ciudad es un contraste caminante, surrealismo encarnado. Yo le voy a los payasos.

Chócalas con el celular "evolutivamente" muchos escalones más abajo que el iphone, no es negocio... its a keeper.

Un abrazo con pan pal susto.

danys_riot dijo...

Hey mi nena!!! Pues yo hubiera querido que siguieras en la burbujita, pero bueno, lo chido es que no estuvo tan hardcore, bien por el celular austero despreciado y por ponerme atención en los 3 pasos para sobrevivir a los asaltos.

Ahora... te cuento algo que hará más surreal a la ciudad??? A un alguien que conozco lo asaltaron un par de payasos como los que se subieron a tu segundo camión... A donde llegará el absurdo?