regresos

Es domingo por la noche y vengo manejando por el Periférico, mi antiguo mejor amigo en la ciudad (más bien porque era el único, ahora les manejo el paquete que incluye Insurgentes, Cuauhtémoc, Eje Central y ahi muere, lo demás se hace amigable con ayuda de GPS, taxistas y taqueros). Regreso en tiempo post-hora nacional de casa de mi hermana, a la que fui a dejar a la hermana república de Izcalli como producto de un trueque Raite-Rayuela que la flojita muy inteligentemente me propuso por la tarde. El tráfico está tranquilo y voy oyendo mi música de abuelita cuando ¡sacas! a media bajadita junto a las torres de Satélite empieza un mini-embotellamiento y yo recuerdo con un poco de temor la historia de hace unas semanas, en la que tardé dos horas en llegar a casa y me perdí como no lo había hecho en meses.
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La cosa es que esta vez, en vez de entrar en ataques de pánico, ira o similares, volteo al asiento del copiloto y con un roce rápido de los dedos reacomodo mi precioso cargamento: dos libretitas gastadonas y muy paseadas; una estilo pubertoide, con florecitas y candado de utilidad simbólica, y otra más vintage, con el elástico roto y un tacto que me hace sonreír mientras el camionsote azul del carril de al lado insiste en cerrarse y no dejar pasar. Son mis pensieves (fan de Harry Potter, qué), mejores souvenirs de viajes que cualquier camiseta o llavero cursi, verdaderos pedazos del tiempo que lograron quedarse congelados entre las arañitas que son mis letras y una que otra hoja seca, boleto de avión o mancha de comida.
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Precisamente por ellos es que vengo regresando a estas horas, porque una vez sacados de la caja en lo que alguna vez fuera mi clóset, me puse a hojearlos y a leerle a mi hermana fragmentos de nuestro viaje en tren, con lo que se nos fue el tiempo acordándonos de detalles que se nos habían ido: Florian el enfadoso, el Kelp gigante al borde del mar, los innumerables pollos de la paz, los mareos de la andaluza y demás imágenes que ahora me rodean, tejidas todas en una sábana de nostalgia.
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Ahora el tránsito se ha hecho más fluido, sólo que cerraron de nuevo la entrada a Río San Joaquín y ahi voy, de nuevo hasta la hermosa entrada que es Reforma, con su camellón todo iluminadito en el que creo que sigue la exposición de campanas. No me fijo, claro, porque vengo haciendo memoria del otro contenido de las libretas: viajes y más viajes, enamoramientos épicos, personajes bizarros. Doy vuelta junto a una Diana mojada por aguaceros a deshoras y una punzada en el estómago me recuerda la razón por la que una de esas libretas tiene florecitas y aspecto tan cursi: no tenía muchas opciones y era una emergencia.
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Estaba en Sevilla y apenas hacía unos días me habían robado, cual vil novato, mi mochila de mano. Mochila que contenía, claaaaro, el boleto de regreso a México, pasaporte, tarjetas, cheques de viajero, mapas, un silbato de cartero, mi cámara y un rollo usado (Coimbra, jamás te veré), medio paquete de galletas y, horror de horrores, mi diario azul. La inversión de recuerdos de los tres meses anteriores -comidas pantagruélicas con los Jarno y gandalleces maravillosamente mexicanas con Ricardo y Rebeca incluídas-, perdida en el tiempo que uno dice "telefónica", y abandonada después, seguramente, en algún basurero madrileño. Aún lo pienso y me duele, es como si alguien hubiera tirado a la basura un pedazo de esa lela súper ingenua que yo fui a los dieciocho años, y con ello también a todos los nombres, todos los rostros que me crucé en el camino y que me regalaron su tiempo, sus historias, sus trucos inmejorables para ser viajero sin varo y no morir en el intento. Ahora sólo me vienen a la mente los mexicanos de Brujas, que se robaban el pan y las cosas del desayuno para hacerse tortas para el resto del día, o los árabes de Viena que le ponían jabón a los boletos del metro y así podían usarlos varios días seguidos sin marcar el papel.
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Por fin en la esquina de la casa. Me estaciono, meto el cargamento al bolso del abrigo y le "quito los brillos" al auto (chairo-estrategia anti-robo cortesía del Borja, prometo explicarla luego) para que mañana pueda seguir ahí. Una parte de mí suspira relajada una vez que la puerta de los edificios se cierra detrás de mí, y otra parte ve con rencor ese cacho de suelo en el que en enero quedé tirada un buen rato, cortesía de mi rodilla huelguista. Me acuerdo de Sevilla ahora. Una vez recibido mi pasaporte permanente (qué bonitos los consulados de casa, qué bonitos), me volví a mover, pero no aguanté más de una ciudad sin sentir que me picaban los dedos y que necesitaba un lugar donde digerir la realidad que iba llegando. Así que ahí estaba: El Corte Inglés, cancioncitas de navidad por todos lados y yo eligiendo entre el de las flores amarillas y enormes o el de las rositas discretas...qué remedio, hay que seguir escribiendo, con que no sea ese de allá que tiene osos sonrientes...
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Las pensieves de ahora se han puesto más discretas: primero una negra cubierta con calcas robadas de la calle; luego una roja, pura todavía y apenas empezada, más llena de girl-drama que de viajes (y no sé si decir qué pena, o qué bueno o así es la vida). Ya llegué a casa, fuera zapatos, vengan lentes viejitos. Son casi las dos de la mañana y tengo hambre. En cuanto acabe de escribir esto me voy a ir a comer un viaje antiguo. Es que son como el mole: recalentados saben mejor.

3 comentarios:

ehecatl dijo...

...y me has hecho recordar aquella angustia de saberte sin dinero, pasaporte ni identificación alguna...y al angel guardián que algún diosito te mando y te hiso el parocon el cel y el varo....y sobre todo tu prisa de tener $ para acabar de pagar tu viaje a Marruecos...todo casi sintransición...
Eres maravillosa y te amo
Papá

Unknown dijo...

mi hermoso panquecito de salvado orgánico, cómo han cambiado las cosas, pero misteriosamente seguimos siendo las mismas provincianas que de los polos de la república nos encontramos en las humanidades... te extraño! :P

Anónimo dijo...

Amor, en estos "regresos" lo importante son las experiencias. Lo que te ocurrió te permite ver hacia los futuros viajes con mayor conocimiento... Quisiera que algún día me permitas leer (o, mejor aun, me leas tu misma) el contenido de alguna de tus entrañables libretitas... Espero que este comentario si lo pueda "colocar" en tu blog.