de reforma y marcha

Nos guste o no, muchos de los que fuimos criados en la moral judeocristiana somos unos culpígenas de clóset. Sin ir más lejos, el viernes pasado me embarqué en una expedición de expiación de pecados que habría hecho enorgullecer a mi abuelita. Muerta de pena por haber entregado el depagatos en condiciones tan lamentables que sus dueños sospecharon que había hecho el fiestón del mes (sin saber que lo más intenso que hubo fue una partida de Scrabble...de lingüistas), elegí precisamente esa mañana para armarme de burritos de machaca, música nueva y la mejor disposición para aceptar errores pasados; y me lancé en metrobús rumbo a Reforma, en donde la verdadera experiencia religiosa me esperaba.

Lo que sigue es el recuento de la experiencia vivida por la CUPC (Comisión Unipersonal de Pacificación y Concordia) México-Francia, que no podía haber elegido un día más cajeto para llevar a cabo su misión. Agradecemos el apoyo de las embajadas de Canadá y Atizapán, sin las que no estaríamos hoy contando esto tan quitadas de la pena.

Apenas pasando la estación de Hamburgo, el autobús se detuvo. El fondo musical de la ardidez norteña me impidió fijarme en las razones de la parada hasta que, pasados diez minutos, comencé a ver a una multitud de gente que caminaba hacia Chapultepec sosteniendo pancartas y lonas bajo el solazo del mediodía. -Mierda, una marcha...pero ¿qué no van normalmente hacia el otro lado?- Diez minutos después, el chofer nos dejó bajar por la puerta de emergencia (un sueño chilango más que se me cumple), con lo que fui a dar a un caos hirviente en el que masas y masas no dejaban de circular, mientras que una mujer gritaba en el megáfono apocalípticos mensajes acerca de la inminente inundación de Chimalhuacán. Para terminar el cuadro, un helicóptero que sobrevolaba la mega-marcha tuvo la ocurrencia de bajar en esos momentos a grabar o algo por el estilo, causando un revuelo de aire y hojas que junto con los gritos y el calorón completaba la lista de señales de fin del mundo.

Caminé por la lateral esperando el camión salvador, hasta que una poli que desviaba el tráfico me informó que la marcha iba a Los Pinos y que no iba a haber paso para ningún transporte. Ya estaba yo ajustándome los tirantes de la mochila y preparándome mentalmente (o imbécilmente, como se desee) para caminar hasta Las Lomas cuando, claro, hizo su aparición el camión salvador. Moraleja uno: nunca le creas a un Tránsito estresado. Moraleja dos: ¡Hay esperanza!

El Atenea, sin embargo, avanzaba a un paso tan lento que al poco tiempo me encontré preguntándome si no iría más rápido a pie, y deseando hacer traído la bici. En esas andaba cuando se subió un grupo de mujeres con gorra, ropa blanca y cara asoleada; el atuendo tradicional de voy-a-la-marcha. ¡Ajajá! las tramposas preguntaban si el bus las dejaba por Los Pinos y tras recibir la respuesta, se instalaron con lujo de ruido y chismes. Moría por hacerles la plática, pero me contuve, y me clavé más bien en preguntarme por qué oh, por qué es que Morgane tenía que trabajar por ESOS rumbos y yo venir justo ESTE día. La respuesta llegó con la liberación decidida de la liga de la Moleskine y un clic de pluma chorreada: en este caso, como en tantos otros, no queda más que observar y disfrutar.

El conductor del Atenea, me fijo ahora, es un temerario que surfea entre los carriles atascados, y yo aprendo a amar su gesto de desdén cada que algún hombre incauto hace la parada e intenta subirse a nuestro bus amazónico. Sin embargo, al poco tiempo la circulación lo fastidia y decide botarnos a todas antes de desviarse por calles menos intensas. Bajo de nuevo al griterío a la altura de Chapultepec y me uno inopinadamente a la marcha, que anda ya en la etapa de gritos como "¡Tenemos la fuerza, tenemos la razón!", acompañados de la oferta de los siempre oportunos vendedores ambulantes. Mientras paso junto a niños que hacen pipí en los árboles de la banqueta y a polis divertidos con el desmadre, pido la primera ayuda logística a la embajada de Canadá, país aliado de la CUPC. Los gritos suben de tono con "¡Si no hay solución, nos quedamos en plantón!", y yo me pregunto si ésa es una estrategia que pueda usar con Mo en caso de lograr llegar a las Lomas en algún momento del día. La embajada me recomienda seguir adelante hasta que la marcha se desvíe, y entonces sí tomar otro camión, así que allá voy.

A paso veloz entre los más de 2500 chumalhuaqueños (o como se diga), pienso en las lecturas de antropología hechas hace poco, que hablan del sentido de la peregrinación y el sacrificio físico para alcanzar la expiación de las culpas y un estado de iluminación. A esos académicos seguro también los agaró una marcha de camino a disculparse con una amiga.

-Órale, que no las trajimos a descansar, mis reinas- Unos señores regañan a sus compañeras y éstas se ríen y siguen chismeando al pasito. Se empieza a nublar...-Nomás falta que nos llueva-. Casi se oye la respiración de los vendedores de impermeables, que de seguro esperan agazapados en algún hoyo de Chapultepec, listos para salir en el momento justo de la tarde y destronar a los vendedores de helado verde fosforescente.

Llego al Auditorio Nacional y allí se van quedando las voces de "¡Felipe, atiende al pueblo que te mantiene!". Sin perder el paso, poco a poquito me rodeo de silencio y del placer inesperado de caminar por un Paseo de la Reforma vacío y con clima perfecto. Casi llegando al Periférico pasa un camión y me subo para un recorrido breve y lleno de voces de oficinista quejándose del marchononón.

Y, claro, como una semana sin estupideces no es una semana digna de vivirse, me equivoco en la ubicación y me bajo como 6 cuadras antes de lo previsto. Gotas de lluvia empiezan a caer sobre el camino de subida, y me alegro de al menos no ser uno de los automovilistas amargados por el embotellamiento. Las cuadras y las centenas se suceden, empiezo a resoplar como caballo fatigado, pero no me permito parar. Nortec y la certeza de estar siendo deliciosamente ilógica me dan pilas. Finalmente, con sudor y lluvia confundidos en la pobre de mi blusa nueva, llego a la famosa oficina de Reforma 1110 para encontrarme con la noticia de que Mo salió a comer. No me queda más que sentarme a esperarla, y pensar por primera vez en todo el día en qué changos le voy a decir...

Media hora después salgo de nuevo a la lluvia, con el paso ligero de quien ha cumplido con una manda y ahora tiene la conciencia un poquito más clara. Eso y la prisa por llegar a la escuela me empujan a caminar hasta el Auditorio, donde los manifestantes siguen reunidos. A estas alturas, el impacto de su fuerza y su razón están mermados por el uso poco glamoroso de capitas de plástico y de voces de megáfono del estilo de "Señora Rosario del rancho Las Nieves, la esperan aquí enfrentito del stand". Después de dirigirle una última mirada al caos de chimalhuaqueños (o como se diga), me dejo tragar por el calorcito húmedo del metro y, haciendo rutas y frases en la cabeza, concluyo que no llego al primer compromiso escolar ni yendo a bailar a Chalma. Tengo, sin embargo, un cansancio feliz y simplón, y un alivio de peregrino recién llegado, de católico de clóset.