3 sucesos 3

Siempre me he sentido un poco atrasada en comparación al resto de la gente. En otras palabras, a veces es como ser una versión chafa de Siddhartha (guardando, claro, las correspondientes dimensiones), que vivió toda su infancia y primera juventud detrás de muros, ignorante de la pobreza, el hambre y la enfermedad. Lo mismo que el asalto en el camión ya narrado, desde que salí de mi península me ocurren cosas que a la gente de mi edad le comenzaron a ocurrir hace mucho, y contarlas entonces entraña siempre el riesgo de caer en la tetez, de descubrir lo que para otros ya es camino conocido y banal.
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Pero bueno, afrontando las consecuencias de su mirada, aquí va la más reciente serie de primeras y desfasadas veces, sucedidas en el corto espacio de quince días:

1.- La surreal:
Antier, en el bus rumbo al doctor rodilla, tuve el dudoso placer de ser sujeto de un "asalto buena onda", es decir que dos batos con cara de hermanos malos de Daddy Yankee se subieron al micro y comenzaron a recitar sus líneas:
-batorudo1: si mira barrio, no se los vamos a decir dos veces, estamos aquí banda para recibir una cooperación, una moneda, pero todos pónganle porque pues no hay que ser...
-batorudo2: Si barrio, fíjate que aquí mi carnalito y yo, pues ya nos subimos con el arma barrio, y para no usarla pues si gustan cooperar...
-pasajeros intimidados 1-16: Sí, aquí tiene, cómo no.
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No sé si sentir gusto o indignación ante el evento (claro que justo en el momento me limité a sentir miedo). Es decir, ya me había tocado el chantaje emocional del típico que se sube y te dice que viene saliendo de la cárcel y que para no volver a delinquir te pide una monedita y etc. pero nunca alguien que tuviera el detalle de aclararte que si no le caes tiene todas las intenciones y medios para pasar al plan B. Lo curioso es que uno en el momento nunca se detiene a dudar de lo que dicen, y entonces el arma de estos tipos fue como el gato de Schrödinger: estaba y no estaba en sus pantalones; pero nadie quiso poner a averiguar y pues ya, pagamos tributo y seguimos nuestro camino pensando en que qué bien haber perdido 5 pesos y un poquito de dignidad contra el varo de la consulta, el mp3, el celular-cucho-que-se-ve-de-J.Lo y demás.

2.- La divertida:
El sábado pasado acompañé a Morgane a La Merced, el gran mercado ubicado en el barrio del mismo nombre al que, según me contó, desplazaron a todos los ambulantes que rondaban el centro por ahí de los años 50. Ante la apariencia laberíntica de las naves y mi ya conocida falta de orientación, decidí desconectarme y entrar en piloto automático, sólo siguiendo los pasos de la francesa que se movía por los pasillos como si hubiera pasado toda una vida preguntando "¿y a cuánto me lo das la pieza?". Paredes tapizadas con aromáticos chiles anchos, pirámides de limones bajo una iluminación verde estrategia, piñatas con forma de personajes de telenovela, fortalezas de cheetos genéricos, caos armónico. Recorrer ese laberinto multicolor fue una experiencia similar a haberse tomado demasiados cafés y luego quitarse el sabor amargo con una tableta de chocolate, unas gomitas glaseadas y tres calaveras de azúcar. Yo estaba en el viaje intenso, sin fijarme muy bien en mis pasos, los sentidos absortos en todos los estímulos que a cada vuelta de pasillo brincaban a la vista, al olfato, al tacto.
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Luego vino la cereza del pastel: la parte de afuerita (no me pregunten más detalles, sólo se que había cielo sobre nosotras), donde conocí los puestos altamente especializados en la fecha del momento, que ofrecían calaveras gigantes de choco-krispis, calaveras chiquitas ligeramente deformes, máscaras de Elba Esther y sí, señoras y señores, varias imágenes de chocolate, a todo color, del fallecido más famoso del año, don Michael Jackson. La creatividad es definitivamente de las mejores cosas que abundan esta ciudad. ¡Quiero volver!
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3.-La oceánica:
Hace dos semanas murió el abuelo Camacho, verdadero patriarca de la familia de papá. La noticia me llegó en pleno metro Chabacano, junto al mural ése en el que hay nombres de pintores españoles, y creo que siempre que pase por ahí recordaré el momento. Las emociones disparadas por esta muerte, la primera de un familiar tan cercano, fueron a partir de entonces como mareas alternantes: Pleamar de tristeza al oír las palabras de mi hermana; bajamar de tranquilidad al contarle a Dany todo lo que me gustaba de mi abuelo, y darme cuenta de que tuvo una vida llenísima; pleamar cuando recordé lo emocionado que estaba por ir a mi titulación; bajamar humorístico cuando llegué a la casa de los abuelos y nos sentamos en la cocina de toda la vida, a recordar sus anécdotas; tsunami invernal cuando llegó papá al velatorio; pleamar nocturno cuando nos dimos cuenta de que lo habían vestido con su pijama, y Yoli decidió quedarse con el gorrito porque, como él, tiene las orejas constantemente frías.
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Tras el sepelio pasamos todo el fin de semana en casa, riendo, comiendo y renegando porque íbamos a tener que ir a misa, como en los días en los que la abuelita nos obligaba y el abuelo, nada tonto, hacía acto de presencia quince minutos para luego salir a hacerse pato a la calle. También fuimos descubriendo cosas bajo la nueva luz de su ausencia: el abuelo dejó tras de sí trocitos de existencia que nadie conocía, pequeños objetos regados que los nietos nos pusimos a recolectar y a admirar, como la Colt .22 cargada y el súper machete que el tío Ricardo descubrió bajo el colchón.
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En fin, tres primeras veces que dejaron su marca en la segunda mitad de octubre y siguieron con el carácter del año, que desde enero parece estarse moviendo como expresso doble: intenso, estimulante y ay, tan rápido en acabarse. A ver qué traen consigo los siguientes 60 días...¿serán la crema batida?